Hasta ahora los griegos eran mis pedagogos. Ahora van a empezar a ser también mis amigos. Y hoy como ayer siempre encantadores.
Ahora cada día estrenamos nuevos conceptos, observamos la vida; la nuestra y la de nuestro entorno. Pensamos sobre lo que pensamos...Pero estamos triste porque estamos un poco ociosos. Nos han extirpado nuestros medios de vida; esa bendita sentencia de "trabajarás para tu sustento con el sudor de tu frente" y no nos damos cuenta de que eso en el fondo es nuestra esclavitud.
Deberíamos pensar más en aquellos señores antiguos, y reflexionar desde nuestra presente situación en cómo pensaban ellos, en esa libertad de contemplarse a sí mismos. Por de pronto yo me pongo en su lugar y comprendo muy bien la delicia que debieron sentir los griegos. Ser de los primeros que descubren el pensar científico por propio mérito, la teoría, esa especialísima e ingeniosa caricia que hace a la mente indagar y amoldarse a las cosas buscando la idea exacta. Ellos no tenían un pasado científico a sus espaldas. No habían recibido conceptos ya hechos, palabras técnicas consagradas. Tenían delante al ser que habían descubierto y, al alcance de la mano, el lenguaje usual "el román paladino en el que habla cada cual con su vecino", y de pronto una de las palabras cotidianas resultaba encajar prodigiosamente en aquella importantísima realidad que tenían delante ¡Qué placer debió ser para aquellos hombres de Grecia asistir al momento en que el vocablo trivial descendía como una llama sublime, el pentecostés de la idea científica! Pues así les llegó como del cielo, la palabra "hipotenusa".
Y así nos lo explica nuestro filósofo Ortega y Gasset: "Un buen día, allá junto al mar de Grecia, unos musicantes inteligentes, cosa que no suelen ser los musicantes, unos músicos geniales llamados pitagóricos, descubrieron que en el arpa el tamaño de la cuerda más larga estaba en una proporción con el tamaño de la cuerda más corta análoga al que había entre el sonido de aquella y el de esta. El arpa era un triángulo cerrado por una cuerda, la más larga, la más tendida" "hipotenusa" nada más. ¿Quien puede hoy sentir en ese horrible vocablo con cara de dominé aquel nombre tan sencillo y tan dulce, "la más larga"?"
Pues bien, hoy nos encontramos en similar situación. Buscamos los conceptos y categorías que digan, que expresen el "vivir" en su exclusiva peculiaridad, y necesitamos hundir la mano en el vocabulario trivial y sorprendernos de que, súbitamente, una palabra sin rango, sin pasado científico, una pobre voz vernacular se incendia por dentro de la luz de una idea científica y se convierte en término técnico. Esto es un síntoma más de que la suerte nos ha favorecido y llegamos primerizos y nuevos a una costa intacta.
me recuerdan a las maneras de entender la vida, por ejemplo en Cádiz, donde las generalidades tienden a globalizar lo que se sale de lo corriente.
ResponderEliminarMal nos hicieron los romanos
...y es que mimetizamos por un lado y por otro.
EliminarMe gusta el broche que cierra la entrada... un traciano, de inmortal sabiduría (griega), poniendo el punto final a un pensamiento muy bien traído, construido y expresado.
ResponderEliminarRosaida, me encanta tu buena disposición que tienes para leerme...es un gusto leer comentarios como el tuyo. Gracias.
EliminarA mí también me gustan los griegos y su filosofía. Gente que ha creado la mousaka y el ouzo debe ser excepcional.
ResponderEliminarSaludos!
Borgo.
Porque es gente que ama la vida, no se complican en cosas innecesarias, que además no te sirven para nada. Además el tener cosas te esclaviza ¿tú has hecho alguna mudanza? supongo que si...el estar ligero de equipaje es lo mejor.
EliminarY claro, sí, ellos le dan mucha importancia al ágape...comer, degustar, saborear y conversar...¿qué más se puede pedir?
Saludos.
Siento sentirme raro porque dentro de esos individuos tan geniales yo tengo más afinidad por los seguidores de las leyes de Licurgo -aunque no me guste nada y desprecie como trataban a los Ilotas-, porque estos tipos tan geniales cuando salían de sus fronteras hacían todo lo contrario que defendian con pasión en sus ágoras, lo mismo que los franceses del XIX cuando no estaba en su patria y arrasaban al grito de "Libertad, igualdad y fraternidad". Aún así no quiero dar la nota, hay que tener narices para medir la ditancia al sol o el diámetro de la tierra y equivocarse en apenas nada.
ResponderEliminar¿Disfrutaste las vacaciones?
Besotes.
Para mi los libros de historia siempre los considero como novela histórica. Es un género literario tan de ficción como cualquier otro. Pero dicho esto, no suelo leer libros que relaten hechos históricos, así que carezco de autoridad para hablarte de este asunto. Pero si creo que los griegos tienen su impronta que está fuera de toda duda.
EliminarSí, estas han sido una de las mejores vacaciones...quizás por la improvisación...
Besos.
Fidias esculpía desde hacía meses el friso en lo alto del andamio, y Pericles se dejaba caer por allí a eso del mediodía. Mirando hacia arriba como miraba, era frecuente que le golpearan la cara y las mejillas las esquirlas de mármol que el escoplo del artista liberaba de la piedra. Así que solía acudir al ágora con el rostro salpicado de heriditas y erosiones que afeaban la noble fisonomía del ateniense. Así que un día se presentó a pie de obra con la cabeza enfundada en un yelmo que le había regalado Leónidas de Esparta; sin morrión, con grandes carrilleras, protección nasal y barboquejo.
ResponderEliminarLos calores de la canícula en el Ática no hicieron desistir a Pericles de su empeño por controlar cómo brotaban los bajorrelieves del templo de Atenea. Dicen que reconvenía dulcemente al escultor si estimaba que no salían del mármol los prodigios esperados e incluso que él mismo trazaba dibujos y que ocasionalmente había subido a la plataforma para empuñar el escoplo...
Puede que los bajorrelieves del templo de Atenea Partenos no fueran la maravilla dispersa que son hoy, de no haber metido mano un diletante como era Pericles. Nerón, sin embargo, era un metomentodo engreído (pese a cantar mejor de lo que dicen) y se cargó la Domus Aurea.
Eso soñé anoche, colegas: cosas del pulpo amariscado.
Pues yo ignoro si tus sueños se alimentan de tu gran erudición o son el producto de tu talento narrativo. Sea lo que fuere es una delicia leerte.
EliminarSi bien lo miro, mejillas y cara vienen a ser lo mismo, ¿no?
ResponderEliminarAdemás existe otro error: el yelmo se lo regaló Efialtes, poco antes de que lo apuñalaran y muriera.
Sorry.
Una posdata innecesaria porque ¿quién va a tener en cuenta esos pequeños detalles? además, una cara golpeada puede que sus mejillas pierdan su razón de ser.
EliminarY...
¿no se dice también que un yelmo protege la cabeza y el rostro?
Bueno, en Anatomía, dentro de lo que es la cabeza, se diferencia el cráneo y la cara... Coloquialmente, solemos denominar "cabeza" al primero: peccata minuta, sí.
ResponderEliminarAhora me ocupa otro yelmo, el de Mambrino, porque releo el Quijote y ya sabes que el Flaco se lo arrebató a un barbero que montaba un burro viudo. Y con la bacía guarneciéndole la cabeza (no sería muy literario decir el cráneo) ya sabes que se marchó nuestro hidalgo campo a través, carente de la hermosa estampa helena. con la tragedia hispana abrumándole los hombros y un sol implacable que no desmerecía del calcinador de la Hélade gloriosa. Nuestro viejo alucinado vale más que los Trescientos.
Escribes bien, Marián.
Bueno, bueno...asombrada me dejas, Fred, atónita sin palabras...con la boca abierta...y me has recordado que tengo que leer el Quijote en su totalidad.
EliminarEs verdad, sé que no escribo mal, pero es que tú...en fin.