Cada noche ella se sentaba a sus pies. La luna se miraba en los espejos de la seda plateada y brillante de los perfumados cojines, el piececito buscaba cubrirse de dorado terciopelo. Y él, para no ser tentado, pedía que ella compareciese con el rostro tapado por un velo ante su presencia, dándole así un carácter formal y aparecial. Velo que a través de sus formas difuminadas, tapaba cualquier resplandor que le llevara a la senda del inesperado caos. Tras la cortina de seda, él “veía” sus labios en movimiento, el vaho de la seda que iba y venía dibujando sus facciones. Y para no caer en ese abismo… que inunda la superficie de las cosas… y no entrar demasiado pronto en el laberinto que conduce a la morada de Satanás… se acomodaba en el trono buscando la postura más regia.
Y ella le iba narrando historias de muertes crueles y desatinos, que a veces las adornaba con imágenes placenteras. Él la escuchaba con inusitada atención, aunque también se esforzaba en buscar distracciones de cosas banales. Y en cada inocente oración de ella, él veía castraciones, canibalismo… despedazamiento y muerte. Pero ella seguía con su voz cantarina y dulce cual pájaro del paraíso, adentrándose en un mundo onírico y bello. Él entonces la interpelaba con espléndida promiscuidad, buscando en ella el escalofrío, el temblor, el terror, el asco y el escándalo ante la crudeza de sus palabras.
Ella entonces, tras un parpadeo, caía en balbuceos estertóreos de espeluznantes visiones de pesadilla insoportable. Entonces él se levantaba, la alzaba del suelo y sujetándola con su cuerpo la abrazaba con estremecimiento incontenible… la proximidad de su cuerpo le perturbaba en lo más hondo entrando en un laberinto de contradicciones; de querer y no querer, llevándola por fin en brazos hasta el Aposento Interior del Rey… donde contemplaba entonces su belleza desmayada, marmórea y frígida que más parecía una estatua que una mujer viva, como un cuadro que parece tener vida cuya ambivalencia le producía en su alma un encontrado sentimiento de una extraña promiscuidad entre lo orgánico y lo inorgánico; entre lo humano y lo inhumano de una sensación final de las dimensiones más hondas del erotismo, entonces desnudándose de todo perjuicio, la poseía abriendo su alma en canal con unas connotaciones de canibalismo insoportable.
Y…
Después de todo…
ella recuperaba su respiración rítmica y se quedaba dormida con las palabras de él como bálsamo curativo susurrando en sus oídos:
--Mañana continuaremos desde este punto, y podremos formular nuestra hipótesis convenientemente enriquecida...