VI
Recuerdo que el primer día, justo después de marcharse, anoté en mi cuaderno:
El mundo se divide en dos clase de personas: las que buscan la verdad en el mundo y las que la llevan dentro. Eufemia era de las segundas.
Eufemia me llamó una semana después de la séptima chica. Cuando quedamos en la cafetería por primera vez para reconocernos, llegó con un gorro de lana blanca y unos guantes agujereados por las puntas. Llevaba puesto un abrigo corto de cuadros azules. No era muy alta. Se sentó como si me conociera de toda la vida y pidió un café.
--¿Qué película vamos a ver?- me preguntó.
--¿Pero sabes a lo que vienes?
--Claro, sé leer ¿y tú?
--¿Quieres ver algo en especial?
--No, nada. Prefiero que me sorprendas.
--¿Y sobre lo otro?
--¿El qué? ¿follar?- preguntó, y a continuación hizo una pausa para calibrar el grado de mi sorpresa- Puedes decirlo, prosiguió, la palabra "follar" no me perturba especialmente. Imagino que a ti tampoco porque eres tú el que ha puesto el anuncio, ¿no?
En efecto, era yo. Le confirmé que sí, que era yo y luego la invité a subir a casa. Eufemia no hizo un solo comentario durante toda la película. Eso me sorprendió gratamente aunque a veces, en determinadas escenas, buscaba mi mirada con la suya. Cuando terminó la proyección continuó sin decir nada. Yo estaba un poco nervioso. Literalmente pendiente de su reacción, pero en el fondo me gustaba que se tomara su tiempo porque sabía que ella había procesado toda la información de la película y que sólo estaba buscando el momento de romper el silencio mediante el don de la oportunidad. Me levanté del sofá.
--A esta película- empezó a decir- le sobran minutos...no sé, es deliberadamente melancólica. Hay algo tramposo en ella.
Sonreí para mis adentros. Era cierto. Había muy pocas personas que yo conociera que se habían dado cuenta.
--La mujer del entrenador, la que se acuesta con el jovencito.
--¿Qué pasa con ella?- pregunté ansioso.
--No me lo trago.
Me dieron ganas de besarla porque yo tampoco había podido nunca con esa escena, siempre me había chirriado, me parecía una metedura de pata gigantesca, el colmo de lo artificial. Me acerqué a sus labios acuciado por el deseo urgente de besárselos. Pero Eufemia me rechazó.
--En tu anuncio no escribiste nada de besos.
CONTINUARÁ...