Miré a mi alrededor.
La pared estaba cansada y se despellejaba en mapas que se adherían a la ropa de los que la rozaban. La vieja capa que la cubría era de pintura blanca y, espolvoreada, se esparcía por los zócalos y las losas, ascendiendo finalmente redimida como polvo de estrellas a los cielos de la opaca y grávida blancura de los focos halógenos.
La luz me lanzó una piedra insignificante que tocó mi cristalino y un resorte sobrenatural disparó dando exactamente en la diana esperada. Sentí, ajena a mi, que los músculos de mis piernas iban a saltar.
Mejor no me levanto, tengo que tranquilizarme un poco. Voy a cerrar los ojos. Cerré los ojos.
La oscuridad entró y aportó claridad como siempre.
Así me quedé unos minutos hasta que abrí un espacio entre pensamientos y me suspendí en él.
Después del silencio saqué los ojos de la caja negra para prevenirlos de la posible entrada del inspector y los colgué de la puerta.
Inesperadamente recordé la dosis que aseguraba mi vida y debía llevar siempre conmigo. La busqué palpando la suave piel del bolso y afortunadamente la encontré, pero cerré los dedos de forma tan compulsiva que el frasco se quebró.
Mierda...
Sentí vergüenza; dos veces vergüenza, una por errar la entrada y llevar toda la manga derecha manchada de nieve y otra por haber hecho que todas las pastillas ahora rodaran caóticas dentro de un bolso demasiado grande.
No pensé en Julio. No hubo más que dos errores.
Para volver a calmarme mi mano apretó la frente y dibujando con el dedo corazón encontré la señal que necesitaba: un reloj. Lo encontré en la pared. Era algo ovalado, blanco y negro, a cuadros, año 1964, podría asegurar que era inglés. Estaba limpio, muy limpio, y pensé que la encargada de la limpieza no tenía interés en hacer su trabajo pero si cariño a un objeto que intuía de valor y que podía ser auténtico; un original de la época. Sin perderlo de vista me concentré en recuperar mi ritmo cardíaco normal y decidí robarle un minuto al tiempo.
De forma repentina vi las aguas del Ganges y un grupo de niños que corríamos a sumergirnos. Yo siempre esperaba la última para salir del agua. Corté mi aliento un minuto y bajé a las oscuras aguas de mi río.
La cita se aproximaba, y para no volverme a perder aguanté la respiración tensando un arco hacia atrás con todo mi organismo mientras perseguía el minutero. Mis pulmones trotaron airosos, sin síncopas, desconecté millones de neuronas de sus funciones y paré el corazón. Entonces le pedí que ordenara ideas y todo su poder afloró intenso sobre venas y raíces de venas que se perdieron hasta el infinito en mi cuerpo.
Relajada y alerta mandé a la verdad cerrar los ojos. La vi yaciendo tumbada sobre una lápida. Tapé a la niña que pasaba frío y pasé mis dedos por su frente en un gesto oculto y personal que desde siempre conseguía hacerme descansar y entrar en un sueño tranquilo.
Por fin mis manos estaban templadas. Así las sentí. Busqué su color y clavé certera la punta del colmillo izquierdo, el más joven, en la base del dedo índice para extraer los restos del óleo color rojo que me podría haber relacionado con la venta de cuadros falsos a escala internacional que Julio dirigía desde hacía dos siglos, y desde que me encontró en Florida había dado más dividendos que nunca.
Desde hacía tiempo mi afición a copiar obras de grandes pintores me había permitido vivir con tranquilidad, y con algunos de los modelos además alimentarme.
Julio y yo interpretamos una vida en pareja para nuestros amigos y familiares y vendimos cuadros en grandes subastas mientras duró nuestra relación. Mentir constantemente agotaba, pero mentir era más fácil desde que nuestra colonia descubrió que los somníferos en dosis adecuadas metabolizaban los alimentos humanos, a la vez que los compuestos químicos de algunas marcas nos hicieron inmunes a la luz del sol. Recuerdo que los asaltos a farmacias para acaparar todas las excedencias posibles fueron disminuyendo a la par que entrábamos en el siglo XXI , ya que dejaron de escasear. Todos teníamos contacto con médicos o algún químico, y por eso Pablo trabajaba para Julio. El fue el que creó el placebo que me ayudó a liberarme. Ingirió cuarenta pastillas pero veinte eran inocuas . Murió de un paro cardíaco cuando los primeros rayos del sol al amanecer parpadearon en la habitación y las largas ramas de los árboles recogieron sus sombras.
El móvil sonó. Julio llamaba en el mismo instante que entraba alguien por la puerta y preguntaba que cómo podía ser hindú con ese acento tan vasco. Julio me deseo suerte. Colgó. Contesté muy bajo-somos inmigrantes- mientras me levantaba y giraba sobre mi misma, tan lento que casi pierdo el equilibrio, el pobre hombre me enderezó y aproximó a la ventana dando un golpe para abrirla. El aire entró agolpándose, galopando sobre nuestras formas torpemente y tropezando con la estación anterior que todavía humeaba en las paredes. Quise asomarme pero vi que el alféizar estaba sucio de excrementos de palomas. Pensé en la chica del reloj, imaginé que preferiría que la echaran antes de limpiar allí. El policía maldijo al apoyar la mano y mancharse con los detritus de ave-Este chico ¿Qué coño hace cuando trabaja aquí?
La entrevista fue rutinaria. Salí del edificio antes de que pasaran treinta minutos. Me crucé con un joven que empujaba un carrito de limpieza y que se sentía invisible pese a que todos si iban apartando a su paso. Julio volvió a llamar, le dí el ok y le pedí que esperara diez minutos más. Me dí media vuelta simulando que no encontraba el móvil y seguí al chico hasta el ascensor.
Entramos.
Inquietante historia.
ResponderEliminarYa se intuía, desde hace tiempo, que los rumores, de que viven entre nosotros, son ciertos.
Vamos a ver que sale de ese ascensor. ;)
Un abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe ha gustado tu extensión y, sobretodo, tu intención. Remarcaría, o enmarcaría qué frases me han parecido más pulmonares, pero no sé, son varias, así que, en general me ha gustado todo. Que no es poco. Que quiero que sea más.
ResponderEliminarPorque intuyo en esta historia, muchas historias. Derroteros por los que andar, y victorieros, por los que escribir y renacer.
Así que adelante, que el mundo está para escribirlo.
Un beso, escrito.
Rapanuy, como dijo no sé quien,que la inspiración no nos pille dormidos...a nosotros seguro que soñando sí...Y lo del ascensor puede que suba y suba tan alto que lo absorba un agujero negro, jajaja... es broma...
ResponderEliminarUn abrazo
Mario, son muy buenos tus comentarios porque analizas los posts y se nota que entiendes de literatura, y no dejes de acercarte y comentar, eh?...que yo te lo agradezco.
Un beso.
El duende tenía sueño...pero ya se ha despertado y todo ha vuelto a funcionar...
ResponderEliminar¡Bellísima metáfora "PARED CANSADA"
ResponderEliminarUN BUENA METÁFORA JUSTIFICA UNA VIDA ENTERA...