VII
No me besó. Ni esa noche ni otras. Pero ella sabía siempre qué decir. No hablaba del talento de los directores, ni de la versatilidad de los actores, ni de la inteligencia del montaje ni de la factura técnica. Nunca usaba nombres propios, pero sus comentarios daban siempre en la diana pues poseía el talento de admirarse ante la realidad con los ojos increíbles y profanos de alguien que la hubiera estudiado mucho sin creer nunca que pudiera doblegarla. Realidad, palabra que, escribió Vladimir Nabocov, no significa nada si no va entre comillas. No utilizaba un lenguaje técnico, no lo necesitaba. Eufemia se sentaba en el sofá y observaba intensamente el metraje sin dispersar nunca su atención. A veces sonreía. Por lo general, siempre callaba. Yo soñaba con la primera frase que me iba a dedicar después de cada visionado y ese pensamiento me excitaba. Luego la arrastraba hasta el dormitorio y recorría cada centímetro de su cuerpo desnudo con mi lengua mientras pensaba en lo que me acababa de decir, hasta que me acercaba discretamente a saciar mi sed en el surtidor de su boca...y, entonces volvía yo a la realidad, ahí acababa la película, porque ella entonces me rechazaba y me hablaba del anuncio y de las reglas. Gracias a ella, pensé de nuevo en modificar el maldito anuncio, incluir una nueva cláusula. Lo cierto es que me moría por besarla.
VIII
Vimos muchas películas, follamos mucho y desde que la conocí no atendí a ninguna otra llamada. Empecé a quitar los carteles que había colgado de los sitios que podía recordar, pero debieron de ser muchos porque había chicas que me seguían llamando y aquello me exasperaba. Eufemia venía por las tardes cuando oscurecía y me saludaba sobriamente como si nunca hubiéramos tenido nada, como si mi lengua jamás hubiera recorrido su piel. Aquel distanciamiento en su manera de ser, aquella timidez, me excitaba pues contrastaba poderosamente con su fogosidad posterior en la cama. Eufemia, escribí un día en mi cuaderno, posee al mismo tiempo la capacidad de sonrojarse y ser cruel. La síntesis era cada día más profunda y, si alguien me hubiera preguntado qué es lo que prefería hacer con ella, si follar o ver películas, lo cierto es que no habría sabido qué decir. La verdad, amigos, es que lo siento por ustedes si tienen que decantarse por una opción porque, menos sus besos, yo ya lo tenía todo, había cumplido mi objetivo.
IX
He hablado al principio de este relato del beso perfecto. Lo que quizás no he dicho es que la naturaleza del beso perfecto no es el de neutralizar el abismo, si no la de ponernos en relación con él. Esto el buen poeta, el gran poeta lo sabe, aunque no necesite contarlo pues su poesía nunca es una explicación sino una resistencia. El beso, cuando es perfecto, nos coloca siempre al borde de ese tiempo donde esos besos ya no existen.
Debo decir que el día que sucedió yo estaba especialmente contento. Eufemia había llegado como de costumbre puntualmente, a la hora habitual. Llevaba puesta una camiseta de rayas blancas y negras y unos deliciosos tejanos que le daban un aire desenfadado, muy juvenil. Por alguna razón que todavía no consigo explicarme, aquel día quise obsequiarla con una de mis películas favoritas, Candilejas, de Charles Chaplin. Ya desde el principio, noté que algo iba mal. Eufemia no me miraba, apenas sonreía, y en sus gestos no se adivinaba signo alguno de complicidad. Cuando terminó la proyección, continuó sin articular una palabra. Por mi parte, yo notaba una incomodidad creciente, una tensión a punto de estallar. Eufemia se levantó entonces del sofá y se acercó a mi lado. Con los ojos entornados, me besó dulcemente por primera vez.
--Esta película es de las peores, cariño, no sé cómo la aguantas- me dijo tras abandonar mi boca.
Y a continuación se marchó dejándome los labios eternamente quemados por su beso.
Jamás la volví a ver.
THE END
El borde, sin dudas, ese es el lugar del beso, perfecto. Un abrazo.
ResponderEliminarBuen relato; arranque, nudo y climax final. Fantástico, un abrazo
ResponderEliminarEl beso es arte efímero, un cuadro pintado en el suelo cuando el horizonte amenaza tormenta. Me gustó.
ResponderEliminarDarío:
ResponderEliminarEn el borde...en la comisura...lo que te deja pensando en lo que pudiera haber sido...
Un beso.
J.C. Alonso:
ResponderEliminar¡Madre mía! y que me lo digas tú, que dominas las letras como pocos. Es todo un honor que me digas lo que me has dicho.
Mil gracias.
Abrazo.
Así hablo Zarathustra:
ResponderEliminarEl beso imaginado con sus mil posibilidades...Gracias, un beso.
Me encanta esa chica, tiene personalidad.
ResponderEliminarY tu historia, muy interesante, me resulta envidiable tu inspiración.
Besos bella Marián.
Así somos, lo imaginado, lo que no ha existido, lo mitificamos. El beso perfecto, ese que casi nos dieron pero que nunca llegó a ser.
ResponderEliminarMe gustó mucho tu relato.
Enya:
ResponderEliminarMuchas gracias, Enya. Me alegra mucho que te haya gustado.
Un beso.
Ishtar:
ResponderEliminarPues es eso exactamente. Lo has captado y lo has explicado muy bien.
Ese es el beso perfecto, el que jamás se olvida porque...llegó hasta tu puerta y no se atrevió a entrar...;)
Tan fácil, tan sencillo, tan erótica relación no podía acabar sino en un momento en el que los juguetes ya dejan de serlo y por primera vez se materializa un beso de fuego inolvidable. El resto de relación ha sido pasajera y fugaz. Mis felicitaciones.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, querida Marián.
ANTONIO CAMPILLO:
ResponderEliminarEl recuerdo de ese beso fugaz es un gigante al lado de todo lo demás...
Un beso, Antonio.
maravilloso como escribes Moldeas las palabras dandonos
ResponderEliminarlo que cada uno quiere encontrar
He seguido la historia desde que colgué mi chinchorro en su blog. Me atrapa la técnica del relato, y el gancho: contratar a una mujer para ver cine (me trajo a la memoria un cuento de Gabriel garcía Márquez, nuestro premio Nobel( Digo nuestro, a pesar de que vive en ciudad de México, más feliz que una ostra playera, que si viviera en el el corralito de piedra de Cartagena, donde también tiene una gran casa). En cuento a colación: Me alquilo para soñar. Aquí, quien se alquila es para vivir la ficción del cine, con el ingrediente, de que amor y cine se pueden fusionar.
ResponderEliminarEufemia, tiene el desenfado de La maga, de Rayuela. Puede entrañarse en el beso, y desentrañarse de él, según el ritmo de la cinta que ve. Aunque el final no es tan previsible, en el transcurso del relato, como que le coge uno el jaez a esta mujer, que se mueve entre una sensualidad y ternura extrañas, tuve la sospecha de que así como apareció, sacada del cubilete de un mago, también desaparecería de forma ídem.
RECOMENZAR:
ResponderEliminarBienvenida al blog.
Gracias por leer y comentar. Me alegra que te haya gustado.
Saludito.
Una mujer ví de espaldas desnuda,
ResponderEliminarme fuì
Es el amor de mi vida...
De una pelicula del Oeste
Tu relato se acercó a mis labios y se fuè.
Perfecta, tú.