Me mandaron allí como último recurso, por la maldita razón que me envían siempre cuando trabajos que deberían ser sencillos acaban complicándose y todo el mundo pasa del tema como si fuera una patata caliente y nadie tiene ni idea donde estuvo el origen del error.
Me dijeron: Hay una viuda a la que le falla su androide. ¿Le falla su qué?, pregunté.Su androide, me confirmó el jefe de atención al cliente mientras imitaba el gesto de arquear un brazo entre risas, ya sabes, el androide, repetía imitando el gesto de elevar su extremidad superior derecha como un payaso de circo, tan divertido consigo mismo y su visión del asunto como un chimpancé que se estuviera mirando al espejo por primera vez. El androide, insistía, ya sabes, el androide. Ha venido muchas veces, no es la primera vez que viene a quejarse. Según la tipa, su androide tiene un comportamiento anormal. El problema es que aún está en garantía y quiere que se lo cambiemos. Y ahí es donde entras tú porque, olvídate amigo, no se lo podemos cambiar. La empresa no puede permitirse esa publicidad. Ni siquiera estamos seguros de qué es lo que le pasa o qué es lo que cree ella que le pasa. Cuando le preguntamos al imbécil de Pinkerton, que fue el que le atendió en primer lugar, apenas consiguió balbucear una explicación coherente. Averígualo, habla con ella a ver que te dice, mira a ver si la puedes conformar. Entre nosotros, yo nunca me compraría un androide de esa clase, pero, si lo hiciera, desde luego lo que jamás se me ocurriría sería quejarme de un "funcionamiento anormal".
El jefe de personal era siempre así de gracioso. Terminaba siempre la exposición de los casos más ridículos con una moraleja de cosecha personal que sintetizaba sin nombrarlo su credo favorito: "es una mierda, amigo, pero mejor tú que yo". Uno se sentía realmente reconfortado después de asistir a la representación física de su carcajada mental, uno casi sentía tanto regocijo como un pelotón de soldados a punto de abandonar una trinchera en medio de una lluvia de balas.
Así que me marché sin saber muy bien qué pensar, a la dirección que me habían dado para entrevistarme con "la viuda del androide". Al fin y al cabo, la empresa me pagaba por ejercer la última barrera de contención, por contener toda la mierda antes de que se dispersara o viera la luz pública y pudiera tener consecuencias económicamente indeseables. La verdad es que me daba un poco igual. Mi semana no estaba transcurriendo de una manera exactamente mágica así que no consideré que aquel caso pudiera empeorarla mucho más.
Aparqué enfrente de la acera de la casa adosada donde me habían dicho que vivía la viuda del androide. Suspiré y me anudé la corbata del modo más elegante que pude. Después aromaticé mi aliento y la barbilla, también el cuello de la camisa con el perfume de la empresa y me dispuse a salir del coche con mi mejor sonrisa.
La viuda del androide me abrió la puerta diez segundos después de pulsar el timbre. Era una mujer morena de unos treinta y cinco años, de ojos bellos y muy expresivos. No era alta aunque su cintura sinuosa, destacaba su figura y le proporcionaba un talle tan erótico como distinguido. Sus pechos, que asomaban sin timidez a través del escote diplomático que lucía, resistían con elegancia el trágico empuje de la gravedad. Hablaba con calma y tenía un acento dulce que proyectaba una melancolía ciertamente atractiva. Tras presentarme, me condujo a una salita donde me invitó a sentarme y en la que, tras unas breves palabras de cortesía, empezamos ya sin más demora a profundizar en los detalles de mi visita.
--¿Sabe por qué estoy aquí?
--Claro: le envía la compañía donde compré a Gus.
--Perdone, ¿Gus?-pregunté con cara de extrañeza.
--Mi androide es un modelo VR7 pero yo le llamo Gus.
--Tengo entendido que no está contenta con su funcionamiento-proseguí.
--No, no lo estoy.
--¿Conoce las especificaciones de los modelos VR7?
--Las conozco de sobra. No soy una consumidora desinformada si es lo que pretende insinuar.
--No pretendo ofenderla, señora, sólo quiero ponerla al tanto de que hay modelos con prestaciones más avanzadas y que tal vez se ajusten mejor a sus necesidades.
--Para ser la primera vez que hablamos, me sorprende que conozca usted tan bien mis necesidades- comentó desafiante mientras adoptaba una posición más cómoda en el asiento.-Dígame-continuó- ¿Cuál cree usted que es la función básica para la que fue diseñado el VR7?
--El VR7 es un modelo de gama económica, diseñado para el contacto durante la etapa del sueño- repliqué- Su objetivo es el de suplir la presencia humana y proporcionar calor y afecto a la persona que comparta la cama con él. En rigor, se trata de un robot humaniforme programado para ser un sustituto psicológico de la almohada. Acurrucarse junto a él suele ser lo habitual.
--Exactamente. Lo ha explicado usted muy bien. Le felicito.
--¿Y bien?
--Gus no cumple con esa función básica. Quiero que me lo cambien.
--¿Qué quiere decir?
--¿De veras tengo que explicarlo?
--Señora, estoy aquí para intentar resolver su problema- confesé mientras ensayaba uno de mis gestos de contrariedad favoritos.
--Está bien. Se lo contaré. Al principio, lo confieso, todo iba sobre ruedas. Mis amigas me habían recomendado la compra de otros modelos con, cómo decirlo, mayores prestaciones. Pero siempre he sido enemiga de tirar el dinero sin necesidad y, francamente, hace mucho tiempo que me basto a mi misma para esas cuestiones.
Tuve que hacer un esfuerzo para contenerme. Sonreí.
--¿Le parece divertido que una mujer se pueda bastar a sí misma?
No me lo parecía en absoluto. Muy al contrario, me parecía fascinante, tanto que tuve que apretar las piernas para no revelar lo fascinante que me parecía.
--En absoluto. Continúe, por favor, continúe.
--Pues bien. Durante los primeros seis meses, Gus fue justamente aquello que necesitaba, la solución perfecta para sobrellevar el tedio y la soledad de las noches abrazada al plumón de la almohada. Su peso era perfecto, su hombro el adecuado, incluso su olor me subyugaba. Ya le he dicho que para otras cuestiones me basto a mi misma, pero alguien a quien oler, tocar y mirar- dijo haciendo una pausa tras enumerar el tercer infinitivo- esa ficción...me temo que es insustituible. Gus era todo eso y más, me servía fielmente para ese propósito de un modo en que ningún hombre lo hará jamás. Pero luego, de repente, un día, empezó a fallar. Y eso es todo. No hay más.
--¿Eso es todo?
--¿Le parece poco? Le estoy diciendo que su cacharro no funciona.
--¿Puedo verlo?
A través de un laberinto de escaleras empinadísimas y estanterías secretas, la viuda del androide me condujo hasta un sótano que olía a polvo y humedad y que, más que un almacén, parecía una cripta. Dentro, en un armario, apilado como si se tratara de un traje de fiesta más o un amante que hubiera tenido que esconderse a toda prisa para preservar su identidad, estaba el androide.
--No, ese no. Es este de aquí- me espetó señalando a Gus- vaya, pensé, esta mujer parece que es una adicta a los robots desde hace tiempo...
Examiné el rostro de Gus. Era inquietante, tanto más cuando uno se imaginaba a su dueña con él. Nadie hubiera podido decir que era guapo, pero tampoco que la composición singular de sus facciones no despertara simpatías. Lo agarré del brazo y lo traje hacia mi elevándolo procurando no arrastrar en el proceso algún otro objeto. Cuando por fin lo conseguí, cometí una de las estupideces más grandes de mi vida.
--¡Hola¡ soy Gus, -dije imitando la voz del androide inerte mientras que con mi mano derecha elevaba la suya en forma de saludo.
La viuda del androide me derritió la piel con una mirada cargada de intensidad y ácido sulfúrico, pero no dijo nada.
Yo quise que la tierra me tragase. De repente pensé que había perdido todas mis posibilidades de la manera más tonta.
CONTINUARÁ...