No sé por qué dejé a mi primera novia. Creo que porque fue la primera. Recuerdo que el sexo no fue el motivo. Nunca llevaba bragas y la idea me seducía. Tampoco tuvimos grandes diferencias a nivel personal. Incluso mis poemas le gustaban honestamente, es decir, el barro del amor no la convertía en un ser ciego y obtuso. Pero fue la primera y eso es motivo suficiente. Amar a alguien cuando no se ha amado a nadie más convierte el verbo amar en algo vacío. Si el primer amor acaba siendo el último, entonces matamos el lenguaje. Y eso es sencillamente intolerable.
Después llegaron algunas más...las que son necesarias para ir acumulando experiencias. Hasta que conocí a Marta. Entonces pensé que ella era la definitiva. Y que había tenido mucha suerte al haberla encontrado, así, sin más. Era morena, pequeña, descarada. Sabía bailar de una forma exquisita. Llevaba el ritmo en el cuerpo. Era una mujer a la que le costaba estarse quieta. Por las mañanas cuando se despertaba siempre ponía música y luego volvía a la cama y me arrastraba fuera de las sábanas. Según ella, aunque no sabía bailar, yo le gustaba porque comprendía la esencia del ritmo, que es la mayor estupidez que debo de haber oído nunca. Sin embargo, dicha por sus labios tenía sentido. De hecho, nos complementábamos como una buena pareja de baile, llegando a los lugares al mismo tiempo, natural y puntualmente, como dos turistas perdidos que tuvieran que hallar la equis del tesoro con la ayuda de un mapa y una brújula. Cada día a su lado era una celebración, un festival de música y colores en el que al principio me sentí como un polizonte ridículo, pero al que poco a poco me fui acostumbrando. Todo iba sobre ruedas hasta el día en que tomé la decisión fatal de presentársela a mis padres.
Pasadas dos horas de cháchara y cortesía ya noté que algo fallaba. No dije nada porque siempre dejo un margen de tiempo para que mi mente abstraiga conclusiones con la ayuda de un número razonable de ejemplos, pero desde el primer momento empezó a resultarme sospechoso que se llevara tan bien con mi madre. En general, no me molestaba que mis parejas se llevara bien con mis progenitores. Al fin y al cabo es lo deseable, pero aquel entusiasmo no me hacía presagiar nada bueno. Hasta mi padre, que siempre se ha caracterizado por amar a las mujeres lo suficiente para no tener que soportarlas, me lo dijo: "vaya dos: estás listo". No tuve en efecto que esperar demasiado para comprobar los resultados que habría de deparar aquella siniestra alianza.
--Y ésta es la habitación de tu enamorado, tal y como estaba cuando se fue de casa.
--¿En serio? ¿esta es tu habitación?
--Sí, eso ya lo ha dicho mi madre. ¿Qué es lo que la hace increíble?
--A lo mejor el problema es que está muy ordenada.
--Sí mamá: gracias por recordárnoslo.
--Tiene razón: son tus cosas sólo que bien puestas.
--Mis cosas siempre tenían un orden predefinido que mi madre se encargaba de destruir aduciendo un caos imaginario que sólo existía en su mente. Es un síntoma muy común de una enfermedad muy extendida entre las amas de casa. Por si no lo sabes, se titula "¿qué sería de esta casa sin mi?" y se trata de una interrogación retórica porque no admite respuesta.
--Eres cruel con tu madre. Seguro que no es para tanto. Además, tiene razón: eres bastante desastre.
Mi novia tenía razón. No era para tanto. Que me dejara en evidencia delante de mis padres, que se pusiera en mi contra en cada uno de nuestros conflictos históricos y que me saboteara el pasado continuamente alineándose con el enemigo no era para tanto. Guiada por un extraño deseo de empatia hacia sus suegros, fue dándome de lado en cada disputa, intentando hacerse la simpática, quitándole hierro al asunto, después de todo no era para tanto. La cosa llegó a tal extremo de surrealismo que un día mi madre, muy seria, me confesó que veía en esta chica la oportunidad de que por fin sentara la cabeza. "No será para tanto, mamá" le dije muy serio y, acto seguido, marché de prisa a casa dispuesto una vez más a aclara conceptos.
--¿De qué me acusas exactamente?, ¿de llevarme bien con tus padres?. Es que me resulta absurdo.
--No te acuso de eso y lo sabes. Personalmente me da igual que te lleves bien con mis padres si no fuera porque son "mis padres" y porque el cariño que os tenéis crece a "mi costa".
--Eres un egoísta y un cínico. Deberías estar más agradecido. Tu madre es una buena mujer que se ha sacrificado mucho y nunca la habéis ayudado, ni tú ni tus hermanos.
--Genial, ahora acabas de descubrir una conspiración. Primero: tendrías que volver a nacer y que mi madre te adoptara para poder hacer un juicio ponderado de lo que pasa en mi familia; segundo: no tienes ni puta idea, no porque no te esfuerces, sino porque simplemente no puedes tenerla; tercero: esta es la última vez que mis padres son motivo de conversación: yo no soy mis padres.
--¿Qué quieres decir con eso?
--Que no vas a volver a ver a mis padres.
--Si haces eso, no quiero seguir.
--Creo que no lo has entendido: es que ya está hecho.