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Es preciso llevar algún caos dentro de sí para poder engendrar estrellas danzarinas. Nietzsche.

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No hay más realidad que la que tenemos dentro. Por eso la mayoría de los seres humanos viven tan irrealmente; porque cree que las imágenes exteriores son la realidad y no permiten a su propio mundo interior manifestarse. Se puede ser muy feliz así, desde luego. Pero cuando se conoce lo otro, ya no se puede elegir el camino de la mayoría. Hermann Hesse.

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¡¡Déjame con la boca abierta!!

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Si la personalidad humana no adquiere toda su fuerza, toda su potencia, entre las cuales lo lúdico y lo erótico son pulsiones fundamentales, ninguna revolución va a cumplir su camino. Julio Cortázar

domingo, 14 de julio de 2013

Erotismo


Llegó y sin previo aviso
se quitó la careta. 
Y como el poeta entre brumas,
o como un narrador
acostumbrado a decir la verdad
mintiendo,
me habló del erotismo.

El erotismo, querida,
es profano,
es también
fantasía y teatro.
Incluso a veces
ejerce como el guardián
de la moral.


domingo, 7 de julio de 2013

Un beso perfecto V


VII

No me besó. Ni esa noche ni otras. Pero ella sabía siempre qué decir. No hablaba del talento de los directores, ni de la versatilidad de los actores, ni de la inteligencia del montaje ni de la factura técnica. Nunca usaba nombres propios, pero sus comentarios daban siempre en la diana pues poseía el talento de admirarse ante la realidad con los ojos increíbles y profanos de alguien que la hubiera estudiado mucho sin creer nunca que pudiera doblegarla. Realidad, palabra que, escribió Vladimir Nabocov, no significa nada si no va entre comillas. No utilizaba un lenguaje técnico, no lo necesitaba. Eufemia se sentaba en el sofá y observaba intensamente el metraje sin dispersar nunca su atención. A veces sonreía. Por lo general, siempre callaba. Yo soñaba con la primera frase que me iba a dedicar después de cada visionado y ese pensamiento me excitaba. Luego la arrastraba hasta el dormitorio y recorría cada centímetro de su cuerpo desnudo con mi lengua mientras pensaba en lo que me acababa de decir, hasta que me acercaba discretamente a saciar mi sed en el surtidor de su boca...y, entonces volvía yo a la realidad, ahí acababa la película, porque ella entonces me rechazaba y me hablaba del anuncio y de las reglas. Gracias a ella, pensé de nuevo en modificar el maldito anuncio, incluir una nueva cláusula. Lo cierto es que me moría por besarla.

VIII

Vimos muchas películas, follamos mucho y desde que la conocí no atendí a ninguna otra llamada. Empecé a quitar los carteles que había colgado de los sitios que podía recordar, pero debieron de ser muchos porque había chicas que me seguían llamando y aquello me exasperaba. Eufemia venía por las tardes cuando oscurecía y me saludaba sobriamente como si nunca hubiéramos tenido nada, como si mi lengua jamás hubiera recorrido su piel. Aquel distanciamiento en su manera de ser, aquella timidez, me excitaba pues contrastaba poderosamente con su fogosidad posterior en la cama. Eufemia, escribí un día en mi cuaderno, posee al mismo tiempo la capacidad de sonrojarse y ser cruel. La síntesis era cada día más profunda y, si alguien me hubiera preguntado qué es lo que prefería hacer con ella, si follar o ver películas, lo cierto es que no habría sabido qué decir. La verdad, amigos, es que lo siento por ustedes si tienen que decantarse por una opción porque, menos sus besos, yo ya lo tenía todo, había cumplido mi objetivo.

IX

He hablado al principio de este relato del beso perfecto. Lo que quizás no he dicho es que la naturaleza del beso perfecto no es el de neutralizar el abismo, si no la de ponernos en relación con él. Esto el buen poeta, el gran poeta lo sabe, aunque no necesite contarlo pues su poesía nunca es una explicación sino una resistencia. El beso, cuando es perfecto, nos coloca siempre al borde de ese tiempo donde esos besos ya no existen.

Debo decir que el día que sucedió yo estaba especialmente contento. Eufemia había llegado como de costumbre puntualmente, a la hora habitual. Llevaba puesta una camiseta de rayas blancas y negras y unos deliciosos tejanos que le daban un aire desenfadado, muy juvenil. Por alguna razón que todavía no consigo explicarme, aquel día quise obsequiarla con una de mis películas favoritas, Candilejas, de Charles Chaplin. Ya desde el principio, noté que algo iba mal. Eufemia no me miraba, apenas sonreía, y en sus gestos no se adivinaba signo alguno de complicidad. Cuando terminó la proyección, continuó sin articular una palabra. Por mi parte, yo notaba una incomodidad creciente, una tensión a punto de estallar. Eufemia se levantó entonces del sofá y se acercó a mi lado. Con los ojos entornados, me besó dulcemente por primera vez.
--Esta película es de las peores, cariño, no sé cómo la aguantas- me dijo tras abandonar mi boca.
Y a continuación se marchó dejándome los labios eternamente quemados por su beso.
Jamás la volví a ver.


THE END